Centro Cultural Querencia
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viernes, enero 11, 2008

Del archivo

El sentido del tradicionalismo
Por René Vargas Vera


Hasta hace unos veinte años podíamos discernir todavía, agónicamente, entre tradición y tradicionalismo. Incluso discutir sobre este asunto.
Hoy, es absolutamente inútil.
¿A quién puede interesarle hoy que tradición -del latino trans ducere, "llevar a otra parte"- (que es transmisión generacional de noticias, doctrinas, obras literarias o musicales, ritos y costumbres seculares) sea la conciencia de un patrimonio común heredado a través del tiempo?
¿A cuántos acusar hoy de tradicionalistas por pertenecer a esa fauna aferrada rabiosamente al pasado?
Porque, ¿qué lugar del planeta permanece incontaminado del mito de la cultura única, denunciado por Mario Bunge en un artículo publicado en estas páginas en septiembre de 1998?
El pueblito más olvidado de nuestro país ha sido invadido por la música, no popular sino popularizada, es decir, la que responde a la impostura degradante de sellos grabadores multinacionales y sus tácitos testaferros: los difusores, tanto de la radio como de la televisión.
No hace demasiado tiempo asistíamos a un relevamiento del cancionero que se cultiva en los diversos departamentos sanjuaninos. ¿Qué cantaban sus intérpretes? ¿Qué habían inventado sus creadores? Tonadas en forma de bolero. Todo se reducía allí al "por qué te fuiste" y "te extraño". Nada del paisaje natural y humano de San Juan. Ningún rasgo provincial o autóctono. Todo formaba parte -en plenos años ochenta- de la uniformidad cultural dictada por el negocio discográfico, ese enemigo declarado de la
originalidad creadora.
Se había copiado, pero no lo mejor. Se emulaba no el talento, no las nuevas ideas y giros a partir de la esencia de la tierra, sino lo peor: lo trivial, lo vulgar, lo descartable.

* * *

Los nuevos tradicionalistas tienen el tiempo acotado. El esnobismo, en maridaje con el aggiornamento a los nuevos tiempos, cuenta novedades por semanas, incluso por días, como los descubrimientos tecnológicos en computación, audio y video. Para la mayoría de los jóvenes, hoy es viejo no solamente lo que ocurrió el año pasado; también lo es aquello que sucedió o fue creado hace un mes.
¿Cómo pretender entonces que los nuevos cultores del folklore conozcan siquiera que existieron el santiagueño Chazarreta y los cuyanos Hilario Cuadros y Alberto Rodríguez si apenas acertaron con el nombre de Atahualpa Yupanqui a través de una fatigada chacarera?
También la globalización hizo migas con la posmodernidad para dictar el cambalachero "todo es igual, nada es mejor", como signo del qué me importa y de la fugacidad cultural, donde casi nada queda en pie. Donde la música y la poesía son pura cacofonía de un tiempo pragmático; donde se están borrando, como una conquista de los nuevos tiempos, los perfiles de cada género popular: folklore, tango, flamenco..., llevando cada ritmo a empellones. Y encima se aplaude simiescamente cualquier engendro en nombre de la novedad. Afortunadamente, quedan para el folklore voces epigónicas, como las de Suma Paz respecto de Yupanqui. Su raro privilegio es seguir cantando por pueblos y ciudades el repertorio del gran patriarca, mientras las radios la relegan de sus programas para difundir música de supermercado.
Hace unos días, María Elena Walsh afirmaba que cuanto más escucha el "nuevo folklore" más se aferra a Los Chalchaleros... Sus palabras tienen el ilustre aval de aquel irrepetible dúo suyo con Leda Valladares.



[Diario La Nación, 3 de mayo de 1999 -- Tomado de AyudaTareasDeEscolar.com.ar]

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