Centro Cultural Querencia
Ciudad de Buenos Aires
Argentina

...por una sociedad como si las personas importaran...
 

martes, junio 17, 2008

El campo en cuerpo y alma

Si la tierra es el cuerpo de la Patria, el campo es mucho más. El campo es cuerpo y alma. Es la tradición donde se hermanan los señores de la tierra, el Martín Fierro y la «gringada».
No santificamos a nadie. Como la corrupción de lo mejor es lo peor sabemos que hubo «señores» que dejaron de ser tales -aristocracia devenida en oligarquía-. Sabemos que los «señoritos» anduvieron «tirando manteca al techo» por París. Pero aún esa «oligarquía falaz y descreída» que muchas veces traicionó la tradición, por obra de sus mujeres (que se ocupaban de las «devociones») nos legó maravillas de arte sacro, por ejemplo. De esas maravillas gozamos ahora nosotros y gozarán nuestros hijos, nietos y será por siglos. Para nombrar algunas: la Catedral de Mar del Plata, la Capilla del Asilo Unzué, la Catedral de La Plata. El populismo, en cambio, arrasó con las mansiones. El Estado pudo haberse quedado con ellas, si sus dueños no podían o no querían conservarlas, y convertirlas en museos, hoteles, hosterías para preservar el patrimonio artístico. Esto es lo que hicieron los europeos. ¿Acaso no cuesta muchos menos euros dormir en un «palazzo» que en un estándar hotel de «cadenas» internacionales? En Argentina pasamos la topadora al patrimonio de excelencia.
La propaganda oficial es canallesca, mentirosa y hasta anacrónica. No quedan ya latifundistas vernáculos. Sí, hay pooles financieros que se van apoderando de la tierra argentina y de sus frutos magnificentes. Tampoco quedan, salvo en las bellísimas canciones folklóricas, arrieros solitarios de a caballo. El campo se ha tecnificado. Y están los «gringos». Chacareros casi todos. Argentinos de segunda o tercera generación. Laboriosos como sus mayores que les enseñaron a aprovechar el centímetro de la tierra porque en Europa estaban acostumbrados a plantar y cosechar hasta en las piedras. ¿Molesta a este Gobierno de resentidos nuevos ricos que los gringos ya no tiren de un arado ni cosechen a mano? ¿Que den trabajo a miles de obreros de la agroindustria comprando maquinarias? ¿A los que regalan a su hija adolescente un auto suntuario les molestan las 4 por 4 de la gente del campo? ¿O es que piensan que debe seguir viajando en carro?
Hay cosas que el hombre de ciudad no entiende. El sufrimiento por las cosechas perdidas, las sequías, las inundaciones. No entienden que aún los ruralistas poderosos que pueden asegurar sus cosechas sufren por las cosechas perdidas porque éstas significan mucho más que «rentabilidad» para el hombre de campo.
Soy porteña, pero conozco bastante el campo y, sobre todo, las chacras entrerrianas. Si bien alguna vez pasé veranos en estancias de amigos de mi padre, mucho más tiempo pasé «turisteando» por las chacras de Gualeguaychú. Los campos de los Melchiori que con sus primos Fiorotto y De Zan ocupaban las tierras de Gualeguaychú y Larroque. O mis padres visitaban a Doña Dina, la madre de los Melchiori, en «La Gayola», o ellos venían con sus hermanos curas a visitar a mi padre, vestidos de impecables bombachas blancas, cintos trabajados en plata labrada, pañuelo al cuello y chambergo (esa era la vestimenta pueblera y la Capital era para ellos el pueblo más grande).
Por esas causalidades (no creo en las casualidades) en la década del 80 la Providencia
nos llevó a visitar, pasar temporadas, departir con chacareros y «puebleros». La reunión de los lunes en el Club «El Progreso», de Gualeguaychú, donde estancieros, chacareros y otros «minifundistas» cenaban todos juntos. Ellos, invitaban a mi marido; ellas, a mí. Los hombres en un comedor, las mujeres, en otro. Los hombres hablaban de siembras, cosechas y ganado. Las mujeres hablábamos de política porque a esas alturas del siglo XX tanto las esposas de los «chicos» como de los «grandes» eran tan o más «leídas y escribidas» que los maridos. Pero la tradición de comedores separados se mantenía. Mi marido solía escabullirse a los postres para hablar con nosotras porque de política entendía más que de granos y de carne.
Pero los dos aprendimos muchísimo. Gracias a Dios ya habíamos vivido unos cuantos años muy lejos de la Capital. En cada lugar enriqueciéndonos en el trato con la gente del interior. Conocimos un poco la Argentina. Con ese poco nos basta para indignarnos cuando el periodismo vil, que se dio vuelta de un día para el otro, analoga a D'Elía con De Àngelis. Éste votó a Pino Solanas: yo a Gustavo Breide: es indudable que no tengo coincidencia política con él. Pero se nota a la legua que este gringo es un hombre auténtico, todavía incontaminado (más de un follón andará detrás de él para hacerle oír las sirenas del poder). Es semejante a todos los gringos que conocí en Entre Ríos. Líder nato, temeroso de Dios: «no llevo la reliquia colgada al cuello, sino en el bolsillo porque hay que ser y parecer y yo no soy de los mejores». Pero cuando se las ve mal pone su mano en el bolsillo y aprieta la reliquia. Esto es lo que más me conmovió en De Àngelis. Un sentido del pecado que ya no se ve ni en los obispos. Espero que no se deje torcer por ningún ventarrón ventajero. Que no afloje, no sólo en la lucha sino en su dignidad de hombre de campo. Si hay un ruralista que cumple aquello de que «el jefe nace, no se hace» es este gringo que galvaniza con su verba encendida, clara y abierta. Que se quede con su séptimo grado, con su hijo en la Universidad (tradición bien argentina), la reliquia en el bolsillo, galvanizando a su gente. Que siga sin dialogar con D'Elía. Que no caiga en la tentación. Amén.
María Lilia Genta